Habían pasado
casi dos meses. Y tenía la sensación de que el tiempo se había esfumado entre
mis dedos. Abrí la ventana, respiré hondo y fue entonces, al mismo tiempo que
el aire puro de la campiña francesa llegaba a mis pulmones, cuando descubrí que
ya las cosas no volverían a ser lo que fueron. En ese instante un haz de
melancolía recorrió mi cuerpo, si es cierto, todo cambia y evoluciona, por
mucho que nos resistamos, y ahora yo lo estaba viviendo en primera persona. No
sé bien como explicar esa transformación, simplemente son cosas que pasan, un
día te levantas y en esencia sigues siendo tú, aunque en tu interior algo ha
cambiado.
Dos meses
antes pasaba por una encrucijada, necesitaba un cambio, la rutina me consumía.
Todavía no era consciente del momento en el que mis sueños se habían convertido
en un anhelo. Como la mayoría me había trasladado a la gran ciudad tras
terminar mis estudios, ilusa de mí durante un tiempo pensé que lograría
encontrar un trabajo en el que me realizaría tanto personal como
profesionalmente. Pero la gran ciudad, no resulto ser como yo esperaba, más
bien era una jungla donde imperaba la ley del más fuerte.
Cansada de ir
de hostal en hostal y tras un mes de búsqueda por fin encontré el que sería mi
hogar en los siguientes tres años. Al hogar le siguió un trabajo precario en
una de las mayores empresas del país, durante el siguiente año “El Corte
Inglés” se encargó de pagar mis facturas y de permitirme descubrir el corazón
de esa gran ciudad. Pero por aquel entonces ya se vislumbraba la crisis
económica que hoy asola el país, y después de un año me encontraba otra vez en
la misma situación. Compaginando trabajos precarios, con el paro tuve la opción
de seguir formándome académicamente.
Mi vida
laboral era un caos, y mis relaciones personales, bueno ese tema lo dejaremos
para otro momento. La vorágine de mi vida me absorbía y necesitaba un cambio.
Entonces, casi sin esperarlo se me presentó una oportunidad que no pude
rechazar, tendría que dejarlo todo, empezar de cero en la campiña francesa,
durante ocho meses colaboraría en un centro sociocultural. Nuevas experiencias,
nuevos retos, pero sobre todo, nuevas ilusiones, hacia mucho que no tenía
ilusiones nuevas y el nerviosismo a lo desconocido empezaba a recorrer mi
cuerpo, la adrenalina se apoderaba de mí. En ese mismo instante, me encontré en
una disonancia cognitiva, por un lado se encontraban las nuevas oportunidades
que se brindaban a mi paso y por otro, por otro como explicarlo, lo dejaba
todo, mi vida, mi familia, mis amigos, te dejaba a ti.
Un mes
después me encontraba perdida en la terminal, esperando un avión que me
llevaría a mi nueva vida, donde empezaría de cero, donde la emoción y la
ilusión convergían. A penas tuve tiempo de hacerme a la idea de todo lo que
dejaba atrás, simplemente sentía que era lo que debía hacer y lo hice. Un
cambio sustancial en un breve espacio temporal, cerré los ojos y cuando los
volví a abrir todo había cambiado.
Habían pasado
casi dos meses, desde el inicio de mi nueva vida, tenía la sensación de que el
tiempo se había esfumado entre mis dedos. Abrí la ventana, respiré hondo y fue
entonces, al mismo tiempo que el aire puro de la campiña francesa llegaba a mis
pulmones, cuando descubrí que ya las cosas no volverían a ser lo que fueron. En
ese instante un haz de melancolía recorrió mi cuerpo, si es cierto, todo cambia
y evoluciona, por mucho que nos resistamos, y ahora yo lo estaba viviendo en
primera persona. No sé bien como explicar esa transformación, simplemente son
cosas que pasan, un día te levantas y en esencia sigues siendo tú, aunque en tu
interior algo ha cambiado. Y ahora estaba aquí.